Se calcula que el 10% de la población mundial consume
pornografía y que aproximadamente el 4% son adictos a su consumo.
Con la llegada de el internet, el mundo porno encontró un nuevo
y amplio mercado. Se calculan unos 30 millones de internautas que visitan de
manera regular los sitios dedicados a “cosas sucias”.
En la
Ciudad de México, en menos de una década, el negocio de las Sex-Shops pasó
de dos establecimientos, a dos cadenas de tiendas (con todo y sus cabinas de a
$20 pesos por cada 10 minutos)
“Recuerda: ¡Si te tocas, San Luis llora!”, esta frase, harto
pintoresca, era utilizada con bastante frecuencia por profesores, monjas y
sacerdotes, de colegios católicos, en su lucha diaria por evitar o (por lo
menos) retardar el arribo al lodazal de la concupiscencia (búscala en el
diccionario) de cientos de almas infantiles. La expresión hace referencia a San
Luis Gonzaga; virtuoso jesuita italiano quien muriera durante una de tantas
epidemias de peste en Europa durante la década de 1590; tenía 23 años y es,
nada más y nada menos, que el santo patrono de la castidad juvenil, su fiesta
es el 21 de Junio por si algún día requieren un milagrito. La frase era la
máxima idónea para despedir del confesionario a cualquier querubín que
comenzara a dar señales de la temida invasión hormonal. Pero el “tocarse” no
sólo ha sido la temida puerta al mundo del sexo pecaminoso y no reproductivo,
también es la base ideológica de una industria multimillonaria, que básicamente
nos vende motivación para tocarnos: la pornografía.
Alguna vez, durante una entrevista al Maestro Ernesto De la Peña,
uno de los grandes pensadores mexicanos, (historiador, antropólogo, filólogo y
uno de los pocos seres humanos que manejan el arameo antiguo y el árabe
clásico) respondió sin dudar a la pregunta: “Maestro ¿qué personaje de la
historia le hubiera gustado ser?… Hugh Hefner, por supuesto” agregó para
referirse al fundador de la Revista Playboy.
No hay duda, Playboy es más que una revista, es
toda una institución. La picante publicación nació con la idea de ser un postre
para el hombre de mundo, para el que sí la hizo en la vida; con su club hiper
exclusivo atendido por las intocables conejitas. La historia, sin embargo, no
fue tan sencilla, cada época en la vida del concepto Playboy estableció
limitantes y retos que amenazaron su permanencia. Algunos sucesos simplones,
otros más serios, al final el resultado sigue aquí, ocupando un lugar en el
cajón escondido del adolescente, en el archivero del profesionista o en el
revistero personal del ejecutivo. Basta mencionar, por ejemplo, que durante la
década de los ochenta, en sus tiempos de peor decadencia, a los ejecutivos de
la publicación se les ocurrió (como intento de apegarse a los cambios)
implementar o “conejitos” en sus clubes… la idea duró menos de un año.